En el caso de Golden Glove lo que se recomendó fue una película de un asesino en serie particular, basado en hechos reales, en el que la mentalidad no es del tipo inteligente que va planeando fríamente cada asesinato, sino de un hombre que es culpable de todo lo que hace pero resultado también de una Alemania de la posguerra en la que no hay un personaje que no sea víctima.

En el caso de Sorjonen: Murales de sangre, lo que presenciamos es una serie de preguntas sobre la ética de reconocernos como psicópatas –o de reconocer a sus principales actores– para poder actuar en concordancia con esa enfermedad pero inteligentemente, como buscadores del asesino, pero también teniendo que convertirnos en asesinos para evitar mayores muertes.

Una paradoja de la inteligencia, en la que los villanos confían en la bondad de los héroes, que van apareciendo poco a poco como locos, como fríos calculadores o como traicioneros.

Nos recuerda un poco al granulado de Los hombres que no amaban a las mujeres, pero con ese detenimiento en la conversación y en el análisis de que hay perseguidores que tienen todas las características del asesino que debe ser perseguido.

La película es una secuela de una larga serie que no tengo pensado ver, porque se sostiene por sí misma y además nos ofrece una variedad de caracteres que van del justiciero al personaje manipulado por un tercero que no necesita asesinar para provocar los crímenes con la intención del absurdo social y de la venganza sonriente de quien actúa con frialdad y no con la furia propia de quien ha sido encarcelado.

La tranquilidad de ciertos, contrasta con sus miradas y las actuaciones delimitan al perverso del benevolente justiciero que, sin embargo, debe convertirse en cierto momento en homicida.

Total recomendación de esta película, que me parece es finlandesa, y de otra por ahí, que maneja la vulgaridad con tanta soltura que es como si combináramos el argumento de Trainspotting con el de El silencio de los inocentes.