Por Octavio Escalante:

Aunque puse esta película en el hashtag #películarecomendada, son pocas las personas cercanas a quienes les recomendaría este pedazo de horror y arte. Y si bien es un tema que debería tratarse con delicadísimo sentido de la seriedad, la tomo ahora quizá porque me identifico con cada uno de sus personajes; desde las prostitutas asesinadas, el asesino alcohólico, el joven, así como con los muebles y el humo que aplastan desde dentro al bar en el que germinó esta tristeza.

Golden Glove (Der goldene Handschuh), fue renombrada en España –¡al fin!– con un título que no le queda mal: El monstruo de San Pauli (2019), un barrio de Hamburgo arrastrado por toda clase de licores en los que se sumergieron –y lo siguen haciendo– sus habitantes más paupérrimos luego de un par de décadas de haber sido derrotada Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

Hijos de comunistas, ex militares de las SS, mujeres obligadas a prostituirse en los campos de concentración, gandules, el cantinero –que baja las cortinas para que los clientes no sepan que es de día­– y algún jovencito tratando de impresionar a quien le gusta, llevándola por una probadita de lo que era, a su vez, parte de un infierno humano.

Las mujeres asesinadas no tenían ese aspecto voluptuoso –voluptatis, que indica placer–, sino de otro tipo que lo verán quienes vean la película. No tenían, digo, ese aspecto con el que se ha decidido retratar a las víctimas del Destripador. Y eso me reconforta más como espectador. No estoy siendo timado por una figura de primera actriz, exuberante, sino por algo que se acerca más a la verdad de ese momento, y de mis momentos también.

¿Cómo puedo llegar a identificarme con tantos personajes de esa peli? Por el ciclo que no termina, por el regreso al encierro y al vicio, en el que incluso los muebles y el humo se parecen en algo a mí, pues uno se mimetiza con el paisaje cuando pasa demasiado tiempo en él.

El monstruo lo abarca todo, y sin embargo hay una escena en la que una de las mujeres es tocada por una misionera que entra al bar a intentar rescatar a los que dan patadas de ahogados:

–A veces es demasiado para una sola persona– le dice la pobre mujer.

–Cada pequeño gusano da lo mejor de sí– le responde la misionera.

Y es cierto. Aunque algo más lo aplaste.

Aaagg en fin. Esta película no trata de mí, sino de Fritz Honka, un asesino que durante el primer lustro de los años setenta mató y descuartizó a cuatro mujeres, guardó los restos en su ático y fue descubierto luego de un incendio. Lo enjuician, lo encarcelan, pero en un psiquiátrico, donde muere de un ataque al corazón.

El director de esta película maneja con gusto el tema de la migración en pequeños gestos de Der goldene Handschuh y más bien en Contra la pared (2004). Tiene incluso una película que es casi una comedia: Soul Kitchen (2009) en la que todo pasa muy rápido y aunque no todo es feliz, todo se muestra alegremente.