Por Octavio Escalante

El miércoles pasado hablaba con un amigo –cuyo nombre mantendré oculto en este breve texto– sobre la titánica desventaja que tiene la cultura humanista ante la de la Baja Mil en Sudcalifornia.

Un tema que tenía materia prima en el Barroco como lo tienen los asesinatos hoy en día para el periodismo policiaco, era la comparación entre el uso de la espada y la pluma. De igual manera, la doble tracción y las delicadezas universitarias –a pesar de sus ardientes textos – forman un entretenido asunto de fin de semana cuando se sale a beber con un oculto amigo.

¿Cuánta adjetivación soportaremos? Entramos a un bar en forma de corredor. Rojas las paredes. Al fondo un muro lleno de vinilos que parecían un mapa conceptual. Rockeros del 92 apareciendo en documentales mini, sobre sus borracheras mini a los veintiminis años como si fuese una proeza. ¡Proeza estar sobrio a esa edad, perros!

Y así me fui hasta el baño, que olía a guayaba pura. Y de pronto el mundo pareció posible de oler a bubbaloo enteramente, y a lindura pura porque la cerveza estaba fresca y la gente se reía. Prohibido fumar dentro. Bailen. Demasiado lipstick, diría yo, nosferatu. Más de uno estaba podrido por dentro antes de los 25; y renacieron décadas después y tuvieron hijos que no tienen ni idea, y mejor que así sea.

Frente a mí, el manojo. Una sonrió recordándome al amante de 1787, memoria de vampiro sin inmortalidad envejecido prematuramente, por el peso de esa memoria que carga dolencias que no ha padecido este actual cuerpo, por eso lo aniquila con prisas, sin diplomacia, escondida violencia. Y no le queda nada a nadie más, ni a mí que me atropellarán dos días después, saliendo con un cigarro en el hocico, atascado de bebidas. Están claros.

A lo que iba: senegaleses gigantes, más de dos metros con grandes telas, camisetas de basketball, muchachitas que acaban de huir de su adolescencia y que dejaron hace tres horas la clase de literatura inglesa, dos sonetos de John Donne las detuvieron, pero les cae dinero luego de que, presuntamente, posiblemente y según dijo, se comen en 3D como si fuese agua una de tantos centímetros con todos los detalles de fluidos POV; y vaya que uno se siente protagonista, miserable vouyerismo.

Asimismo trascendió, acudieron a restaurante conocido del centro de la ciudad, vestidas de indigentes, pero con brillante maquillaje; cualquiera puede comprobar toda esta pornografía en cualquier página e identificarse con quien esto escribe y, por minutos, con quienes participan. La carne que se les sirve a regañadientes en el restaurante fue cultivada en la ciudad japonesa cuyo nombre significa Puerta de los Espíritus. Éstas, cortan y degluten sangre y sangre mas, y un tinto, no, tres tintos mirándose con sorna, porque no saldrán corriendo. La cuenta está abierta y el agua fluye mientras suena el clink! al tragárselas para cien miles.

Pasan la master card sobre la terminal. Caminan por la banqueta y desde un auto blanco se oyen los Ten Crack Commandments de Biggie Smalls, que naturalmente ni siquiera advierten. Yo estoy recargado aun sobre el muro rojo del bar a unos 300 metros de ahí, entre asustado y triste, porque veo a por lo menos siete épocas superponiéndose en un mismo antro, sin que yo pertenezca ya a ninguna de ellas.

¿Qué procede? ¿Frente al pelotón de fusilamiento recordar aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer lo que era un Grand Marquis, en una de las yardas de la ciudad de La Paz y para probarlo puso –fundamental– un caset de Lorenzo de Monteclaro en el stereo, antes de meter las llaves para oír el estruendo del llavazo? «Mas de pronto cambió mi destino y al momento me vi abandonado».

Ni siquiera estoy pensando completamente en la hechura de la silla real desde la que solía lanzar sus órdenes el emperador Nabucodonosuuur Segundo. Me basta con agregar en mi nostalgia su humilde grandeza, abajo de un guamúchil, palo verde o tamarindo, en el que se congregaban hasta cinco poltronas metálicas de fayuca y se bebía, como cosa sagrada, el alcohol o el café oscuro.

¿Pero casi ni llegó el tiempo en que había ultramarinos a dos cuadras y les hablábamos fino? Calentose el cuadro. Si no tuviésemos la playa enfrente, ¿en qué ingenio escarbaríamos? Porque escribir es escarbar, pero vivir del vacío es escarbar también. A veces las 2 cosas se juntan y 1 está en problemas. ¿Cuándo no?

Y sin embargo, a mí me parece que al final es siempre como el inicio, pero uno está demasiado viejo para que lo declare con lejana credibilidad. Y demasiado viejo pueden ser mis 36 años: Deme dos con todo, y un tercero; es lo único que quiero ahora mismo, pero en Babilonia no venden jates. Allá va uno a pie y caminando solo, hablando solo. Contando con los dedos cosas que ha perdido. Me dan ganas de creerte. ¿Eres sangre ligera o sangre cochi?