“Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes”.

José Saramago

Nysaí Moreno

El monstruo de la Hidra Capitalista, como lo nombra el pensamiento zapatista en su libro “Pensamiento crítico frente a la hidra capitalista”, no tiene una sola forma, son mil cabezas, con los rostros más perversos, monstruos escupiendo la más tóxica maldad abominable: despojo, muerte, ecocidio, etnocidio, genocidio, radioactividad, derrames químicos, devastación ecológica, robos de territorios. Robos de los ecosistemas más sublimes para el disfrute exclusivo de la élite, hiriendo el ecosistema, recortándolo, rajándolo, aplastándolo y empuñándolo, para que encaje en el molde de la perfección.

Cada rostro representa un megaproyecto; mina, resort, hotel, hidroeléctrica, mansiones sobre el manglar, oasis, dunas… cada uno, es una cabeza de esa bestia. Cortas una y brotan diez más.

Nombras una, y otras mil se ocultan, mimetizadas, en discursos retóricos, en el lenguaje del “progreso” y la “sustentabilidad”.

Apenas si alcanzas a vivir: trabajar, comer, dormir, cocinar, convivir, cuidar o pasar tiempo con la familia, descansar, pagar deudas, estudiar —si es que se puede estudiar— hacer ejercicio —si hay tiempo y ganas— tiempo para uno mismo —si es que hay tiempo para uno mismo— … y encima tienes que luchar con ese monstruo de mil cabezas. Es tanto ese cansancio, ese desgaste energético de este teatro sistémico capitalista que se llama “vida productiva”, que ya no quedan ganas de luchar.

Así que el monstruo solo crece y crece… y cada vez… tiene más cabezas. Precisamente por esa “vida productiva” que nos mantiene alejados a toda la población, de lo que realmente está sucediendo con nuestro territorio. Nuestra fuerza de trabajo alimenta más a cada cabeza de esa bestia llamada hidra capitalista.

La hidra en territorio sudcaliforniano: cabeza por cabeza

En Baja California Sur, la hidra capitalista, una por una, sus cabezas se alzan con distintos disfraces, pero todas devoran lo mismo: agua, territorio, vida. Aquí nombraré algunas cabezas que se están gestando en las regiones de los municipios de La Paz y Cabo.

Una de esas cabezas en gestación se llama Palmoral y Cabo Santos, proyectos que pretenden instalar una ciudad entera al borde del oasis de Todos Santos, amenazando el equilibrio hídrico de la región.

Proyectos con más de 300 hectáreas, que buscan construir más de mil viviendas y cientos de cuartos de hotel en una zona frágil, con permisos fragmentados en el tiempo, pero parte de un mismo plan: la urbanización desmedida.

En las playas de El Tecolote y Balandra, la cabeza del megaproyecto Kuni se ha extendido como un tentáculo inmobiliario disfrazado de desarrollo turístico. Este proyecto, pretende ocupar mil 658 hectáreas para construir más de 20 mil cuartos de hotel y 3 mil viviendas, afectando el acceso libre a más de 18 kilómetros de playas en La Paz, muchas de ellas históricamente comunitarias:

Un tentáculo parece haberse retirado. Se vuelve invisible ante la inconformidad ciudadana… sabemos que sigue ahí, agazapado, esperando otro nombre, otra fachada, otra fragmentación territorial. El capital no se retira: espera, redibuja, reintenta.

Otra cabeza se instala en el Estero de San José del Cabo, lentamente debilitado con incendios, fragmentación territorial. Transformado en laboratorio de despojo disfrazado de “regeneración”. Quemado, demolido, esterilizado simbólicamente, es la antesala de una zona paradisiaca para el turismo de élite.

Mientras que la cabeza de Almar Residencial pretende privatizar Playa La Posada, ofertando “playas privadas” con muelles exclusivos frente a comunidades históricas como El Manglito y La Inalámbrica. Lo que antes fue playa-barrio, ahora está en riesgo de ser excluida bajo el eufemismo de “comunidad frente al mar”.

Otra cabeza se yergue desde hace años sobre El Mogote, devorando las dunas protectoras del litoral paceño. Mientras la cabeza del modelo “turismo de excelencia” avanza sobre Cabo del Este, el último tramo remoto del litoral cabeño, arrasando sus dunas vivas, sus senderos costeros, su vegetación ancestral, y sus formas rancheras, en nombre de un progreso que privatiza la costa. Borra y elitiza el territorio, convirtiéndolo mayoritariamente en zona de mansiones y playas privadas.

Las cabezas del extractivismo minero no son una excepción: un crimen normalizado. El oro, el cobre, el yeso, el manganeso y ahora el fosfato marino se extraen a costa del agua, del suelo, de los pueblos y de las especies.

Para la elaboración de un solo anillo de oro —símbolo del lujo, del poder, del “compromiso eterno”— se destruyen 20 toneladas de montaña, se emiten 110 kg de CO₂, se vierten 1.5 kg de cianuro y se consumen 7000 litros de agua. Aunque a algunas mineras se les haya negado el permiso, después de movilizaciones sociales, nunca retiran sus garras del territorio.
Siguen ahí, esperando el momento oportuno, reconfigurando estrategias y mutando de nombre, pero sin desistir. Incluso sin autorización formal, ya han intervenido en silencio: en la etapa llamada “exploración”. Han perforado, removido, contaminado. Han abierto el umbral del ecocidio sin que se registre. Así opera la minería en Baja California Sur: bajo sigilo legal, pero con impactos que ya son irreversibles.

En Los Cabos, una nueva cabeza busca consolidarse: la construcción de una termoeléctrica de ciclo combinado de gas fósil, sin monitoreo ambiental real, en un contexto de crecimiento urbano desmedido y contaminación acumulativa. La decisión responde a la lógica del nearshoring —externalización regional— a la demanda industrial, no al bienestar de los ecosistemas ni de la población.

Otra cabeza bestial se asoma desde el Alto Golfo de California: Saguaro LNG, disfrazada de “energía limpia”, planea regasificar gas metano. Para ello, calienta el mar: toma agua fría para calentar el gas, y la devuelve más caliente, alterando el equilibrio térmico marino. Además, pretende dragar el fondo oceánico para instalar ductos de kilómetros, atravesando el hábitat de más de 30 especies de cetáceos y comunidades originarias como los Cucapás, que han vivido del mar por milenios.

Así pretenden comenzar la transformación del Golfo de California en una zona industrial marítima, una autopista de buques metaneros, ductos sumergidos y exclusión pesquera. En nombre del “futuro energético”, se mutila la matriz ecológica del litoral.

Cuando la hidra avanza, se abre paso al despojo

Cada hidra regional es un reflejo fragmentado de la hidra mayor: la de este país, la de América Latina, la hidra global. Es una sola criatura de múltiples rostros, una sombra tentacular que se ramifica y se incrusta en todos los rincones del planeta.

Avanza de forma distinta en cada territorio, pero con la misma lógica: penetrar, devorar, vaciar.

Sus fauces se abren con más brutalidad en el Sur: en América Latina, en África, y algunas regiones de Asia, y pueblos del Pacífico en Oceanía —donde la vida vale menos para el capital, donde el despojo se normaliza como destino.

En algunas regiones de México, la bestia no llega con excavadoras ni con permisos. Llega con balas. Los cárteles actúan como la primera línea de ataque: siembran miedo, fracturan el tejido social, arrasan comunidades. Son la antesala del despojo.

Como bien advierte el periodista Diego Osorno en un artículo reciente:“En el norte los cárteles son la punta de lanza. Llegan a destruir, a arrasar, a sembrar miedo. Después, inmediatamente, llegan las empresas mineras, inmobiliarias y los grandes negocios a usar esos territorios.

”Primero el terror, luego el desarrollo. Primero la sangre, luego el cemento. Así se abren paso estos intereses bajo la máscara del “progreso”, con el silencio cómplice de los servidores públicos. Este tipo de operación es brutal, ofensiva, profundamente psicopática. No hay otra manera de nombrarla cuando la muerte se convierte en condición para acceder a un territorio.

El despojo también puede ejecutarse sin intermediarios de muerte, pero violentos en su agilidad de despojo, como el caso de Baja California Sur. Si eres ejidatario o poseedor legítimo de la tierra que desean, simplemente te la arrebatan. Si no aceptas vender, te presionan. Si resistes, te aíslan o te criminalizan. Casos ilustrativos los tenemos en La Playita en San José del Cabo, y todo el litoral de Cabo del Este.

Nada de esto es un error del sistema. Es el sistema funcionando a toda máquina.

La imposibilidad heroica de la Tierra Media

Tolkien lo describía como lo más imposible de las imposibilidades impensables de los pensares y de los pesares. En la Tierra Media, este monstruo crece en las sombras de un poder oscuro que solo busca más poder, insaciable y ávido. No bastan los ejércitos para derrotarlo. Se necesita un acto imposible: llevar el anillo al corazón del fuego. Una hazaña de dos hobbits, Frodo y Sam, pequeños, inocentes, invisibles para el poder… como los pueblos que hoy resisten.

La titánica hazaña de llevar el anillo único a Mordor, atravesando todos los lugares más inhospitos y obscuros de La Tierra Media, poblada por creaturas perversas al servicio del poder embestido de Saurón… cruzar todo eso, para destriur el anillo único. ¿Cómo iba a ser esto posible? Eso era im-po-si-ble.

El poder de Sauron, el señor oscuro y todopoderoso, aliado a todas las fuerzas tenebrosas que devastaban la Tierra Media, crecía sin cesar. Su ambición no tenía fin. Su poder, había corrompido a millones de humanos y creaturas mágicas o abstractas, esclavos a su servicio que lo consideraban —su amo y señor—

¿Cómo dos hobbits iban a lograr esa hazaña? Parecía lo más utópico… tal vez era mejor renunciar, volver a la comarca, disfrutar los días comiendo pan con mantequilla y beber cervezas… aunque solo fueran algunos años de “felicidad” con fecha cercana de caducidad.

De entre todos los nombres y sobrenombres que arrastró Saurón a lo largo de su sombra, como el Señor Oscuro, Saurón el Grande, Annatar, Gorthaur, el Nigromante, el Señor Oscuro de Mordor, el Señor de los Anillos, el Cruel, el Horripilante, el Aborrecido, Señor de los Licántropos, el Poder Oscuro, Señor de Barad-dûr, el Hacedor de Anillos, el Ojo Rojo, el Ojo de Fuego, el Ojo Sin Párpados, el Gran Ojo, Señor de la Tierra Tenebrosa, la Mano Negra, Aquel a quien no nombramos, y muchos otros… hubo uno que solo los pueblos despiertos se atrevieron a pronunciar: “el gran maestro de la mentira”.

Lo sabían bien: para enfrentar la oscuridad primero hay que nombrarla como lo que es. Porque sabían que quien nombra la mentira, abre también la puerta a la verdad.

Terramar y el poder de nombrar

Ursula Le Guin lo sabía: en Terramar, la magia era palabra verdadera. Nombrar una cosa era tocar su alma. Nombrar a la hidra, desenmascararla, es el primer conjuro.

En Terramar, la magia no era un truco, era palabra verdadera. Decir el nombre real de una cosa era tocar y poder transformar su alma. El lenguaje no era símbolo: era el mundo.

El archimago Ged, “el Halcón”, aprendió a lo largo de sus muchos años cargados de titánicas aventuras entre dragones, océanos y naciones, que el poder no está en destruir, sino en nombrar. En nombrar las cosas con la palabra verdadera.

En Terramar, un mundo de islas dispersas en un océano sin fin, la magia no era espectáculo: era cuidado, equilibrio, memoria. La palabra era un pacto con el mundo. Quien nombraba desde el ego o desde lo incierto, rompía el orden y se perdía en sí mismo; quien nombraba desde el conocimiento, restauraba el aliento y la esperanza.

Y Tenar, la sacerdotisa, descendió al corazón del laberinto en el antiguo templo de los Sin Nombre, en la isla de Atuan… no para conquistar, sino para escuchar. Un laberinto tremendamente obscuro, silencioso, inhóspito. Además de aprender a dormir sin miedo en la más absoluta soledad, en la más recóndita oscuridad, Tenar  aprendió que el corazón también es mapa, y que hay caminos que solo se revelan cuando una se atreve a entrar en la sombra con la lámpara del nombre verdadero.

Tenar y el Halcón se forjan por separado, para poner el cuchillo en el corazón del enigma, nombrando y llamando a las cosas por sus nombres verdaderos. Nombrando las cosas como son.

En Terramar, el mar une lo disperso. La sombra no se elimina: se integra. Y la palabra justa puede restaurar el equilibrio.

Porque nombrar la hidra es empezar a quebrar su hechizo.

Las cabezas principales de la hidra en territorio sudcaliforniano

En Baja California Sur, la hidra ha echado raíces en el litoral. Así nos describe Gilberto Piñeda Bañuelos “Tito”, quien ha archivado las luchas sociales en Sudcalifornia, cronista incansable del despojo y pensador crítico del territorio. En una entrevista calculada para una hora, que se volvió conversación de tres horas, nos dice Tito, que esa hidra, aquí en territorio sudcaliforniano, en realidad tiene dos enormes cabezas principales. De esas dos cabezas enormes, brotan en sus cuellos las otras tantas cabezas de megadesarrollos… cabezas deformes, irracionales, bestiales, atroces, devoradoras de territorio, agua, playas, litoral, ecosistemas, cultura, economía.

 “Lo que hemos estado haciendo, es cortar algunas cabezas pequeñas. Pero la cabeza más grande sigue creciendo”—nos dice Tito—. A las dos cabezas principales de cuellos sólidos y macizos, solo le hemos hecho unos rasguños, nada más”, dice.

De esas dos cabezas principales, una de las cabezas, la más voráz, se llama “desarrollo turístico-inmobiliario”: devora agua, territorio y litoral. Cada habitación de hotel devora tres veces más agua que un hogar entero. Agua que se derrocha entre lujos privados —albercas, jacuzzis, regaderas de últimos modelos, y campos de golf en medio del desierto—mientras colonias enteras abren la llave y solo sale aire.

Las llamadas desaladoras, en su mayoría, no procesan agua de mar: bombean agua dulce del subsuelo. La población no tiene agua, pero los resorts nunca se secan. Es despojo sistemático, disfrazado de modernidad. Que de lo que se alimenta esa cabeza gigante y voraz, invencible e inexpugnable…no es solamente de territorio, sino  territorio-agua. “El desarrollo turístico no se entiende sin el despojo del agua, siempre van juntas”, dice Tito. Es el extractivismo territorial y de los recursos hídricos.

Agua, sin tierra, si puede existir; tierra sin agua no puede existir. El agua es nuestra vida” —Señala Tito—, “la lucha por el agua es la lucha por la vida. Así lo dicen los zapatistas, y yo lo suscribo” —agrega. Con media sonrisa en su rostro mostrando una simpleza como maleza, una maleza en nuestros estados de ánimo, que crecen, en silencio, desfigurando ligeramente nuestra sonrisa.

Todo el litoral de la península está ya intervenido, apropiado o en proceso de despojo. Desde las zonas urbanizadas hasta las reservas llamadas “de la biosfera”. Incluso lo que aún parece remoto ya está loteado, vigilado o concesionado. Después de reflexionar unos segundos, dice “para el capital, la península no es tierra: es litoral. Y ese litoral es lo que está en disputa.”

La otra cabeza enorme, la más antigua y más violenta, es la minería. Oro, cobre, fosforita. El territorio se abre como herida bajo la tecnología extractiva. Agua y tierra sacrificadas por metales industriales. Una sola mina a cielo abierto puede devastar ecosistemas enteros, perforar cerros sagrados, vaciar mantos acuíferos, y dejar tras de sí cráteres tóxicos que tardarán siglos en cicatrizar —si acaso cicatrizan.

Es una alquimia al revés: se sacrifica la vida para fabricar riqueza que no se queda aquí, y muerte que sí permanece.

“Pero la cabeza más grande del monstruo aquí en este momento es la del desarrollo turístico-inmobiliario. Esa es la que ya está sucediendo. No han extraído el oro, ni el gas, ni el fosfato todavía … en algún momento lo harán, el capital no dice: ‘ya no voy a sacar el oro’. Solo espera mejores condiciones, pero el turismo ya está despojando. Es una cabeza con mucho poder, porque mucha gente la defiende. Mucha gente que vive del turismo. Mucha gente que no se atreve a cuestionar”, expresa Tito con conclusión y un poco de lamentación.

Y existe una tercera cabeza, quizá no tan enorme, pero secretamente malvada. Sin tantas muecas en su rostro, disfrazada de verde, sonriente, con discurso sustentable. Se cuela en las islas, en los ranchos, en las sierras. El capitalismo “alternativo” bajo la premisa de “la conservación”, se adueña del paisaje con etiqueta ecológica y rostro amable, lo llaman “Reserva de la Biosfera”, “ANP”, pero sigue siendo la misma bestia.

La maldad de esa cabeza maquillada de color verde, radica en convertir el territorio en intocable para el pueblo, pero tocable para el turismo de élite o para la minería. En la Isla Espíritu Santo declarada ANP para “protegerla del turismo devorador”, terminó concesionada para campamentos turísticos exclusivos. El pueblo no puede usarla, pero sí quienes traen kayaks importados, chefs privados y lanchas con licencia. Si uno quiere tocar la isla —y no disfrutarla—, solo caminar en ella, respirarla, sentirla, debe trabajar para ellos, como guía o lanchero. No hay otra manera de estar ahí. Este modelo convierte la conservación en una forma de despojo: no se protege la vida, se privatiza el acceso.

En la Sierra de La Laguna, “reserva de la biosfera”, se impide a muchos ejidatarios hacer uso ancestral del agua, pero se han otorgado permisos para exploración minera. En el Alto Golfo de California, otra “reserva de la biosfera”, se impide y criminaliza la pesca ancestral al pueblo originario Cucapá, pero se están otorgando permisos para la gasera Saguaro LNG para regasificar gas metano.

Una perfecta manera de hacer despojo de territorio y administrar desde fuera nuestros ecosistemas, excluyéndonos totalmente con banderas verdes de “conservación”.

“El monstruo tiene tentáculos, pero la cabeza más difícil de cortar es la que sonríe —explica— porque… ¿cómo vas a intentar cortar esa cabeza, si ‘ellos están conservando’ mientras la hidra devora el resto del territorio? El capitalismo verde también es extractivismo, pero se disfraza de aliada.

La universidad no ha producido pensamiento crítico. Solo acomodo. Solo confort —suscribe—Participar en sus planes es derecho al pataleo. Ya todo está decidido antes. La ley ambiental es una fachada: ahí están los semáforos… pero nadie los respeta. Los títulos cuelgan; las conciencias no aparecen.

Nos falta mirar la tormenta completa. Porque si no sabemos contra qué luchamos, ¿cómo vamos a resistir? El problema no es solo lo que sucede. Es lo que va a suceder. Y para eso hay que organizarse ya.

Hay que narrar lo que está pasando. Porque si no, los testimonios quedan ahí, para consumo interno. La historia oral y los archivos populares pueden ser armas en esta lucha. Pero hay que ponerlos a circular. La tormenta ya está aquí. Si no la nombramos, no sabremos qué nos arrasa.

El movimiento social actúa por incendios: lucha contra un megaproyecto, se retira, y vuelve cuando aparece otro. Pero el monstruo no descansa

 La hidra no duerme. Pero hay quien la vigila desde los cerros. Quien ve la tormenta que se avecina.

Así lo advierte el pensamiento zapatista: viene una tormenta —una crisis civilizatoria de múltiples cabezas— y la tarea del pensamiento crítico es la del centinela. Mirar. Nombrar. Alertar.

“A quien trabaja con el pensamiento analítico le toca el turno de guardia en el puesto de vigia…” — escribe el vocero SupGaleano— podría extenderme sobre la ubicación de ese puesto en el todo, pero por ahora solo baste plantear que es una parte también, nada más.

Pero nada menos.

Lo digo por aquéllos que pretenden: o estar por encima y fuera de todo, como algo aparte… y se esconden detrás de la imparcialidad, la objetividad, la neutralidad. Y dicen que analizan y reflexionan desde la asepsia de un imposible laboratorio materializado con la ciencia, la cátedra, la investigación, el libro, el blog, el credo, el dogma, la consigna…

El Centinela tiene que ver con el puesto de vigía en cuestión.”

La ciencia emitida desde los journals del norte. El libro vacío de pensamiento crítico, lleno de citas y sin memoria. El blog que no incomoda, que narra sin tocar nervios. El credo y el dogma que hipnotizan con la fantasía de estar iluminados, que buscan en otras vidas pasadas para explicarse la miseria, con promesas de paraísos o ascensiones en otros planos, mientras aquí se pudre la tierra.

Todo eso también es evasión. El centinela, en cambio, no se esconde: mira. Nombra. Se planta en el puesto de vigía, no para aparentar saberlo todo, ni para pararse el cuello, sino para no dejar pasar el horror sin palabra. Escribe para que no se pierda. Escribe para que lo que ha sido nombrado con verdad no pueda ser borrado del todo.

Centinelas de la pluma y la palabra

Los centinelas de la pluma y la palabra no necesariamente llevan pasamontañas ni resguardan territorios autónomos, ni forjan leyes autónomas en comunidades olvidadas, pero sí vigilan las grietas del lenguaje por donde se filtra la verdad. Son quienes nombran lo que duele y lo que oprime, quienes no duermen mientras el monstruo capitalista muta. Sus herramientas son la pluma, la ironía, la rabia lúcida y la mirada crítica en la política.

Todos ellas y ellos, en su modo, custodiaron y custodian la conciencia colectiva, centinelas de la pluma y la palabra, vigilan con fuego suave y firme el relato de los pueblos.

Está el eco de otros tiempos, de otras geografías, pero la hidra que acontece sucede en todas partes, al mismo tiempo, en todos los rincones de este planeta, y cada rincón de cada región, necesita sus propios centinelas. Porque el olvido es nuestra condena, y sin crónicas verdaderas no hay historia verdadera. Porque cada uno de los pueblos, desde sus geografías, necesita describir a esa hidra que carcome desde el pasado, ahonda en el  presente y se extiende en el futuro.

En Sudcalifornia, uno de esos centinelas ha sido la mirada crítica y la pluma de Gilberto Piñeda Bañuelos. Desde hace décadas, sus escritos y crónicas no solo han registrado el despojo, el sindicalismo combativo y las luchas populares en la región; también han sostenido viva una memoria colectiva tejida desde abajo, que cobra fuerza cada vez que se nombra, se dimensiona y se describe críticamente.

Su escritura ha sido vigía y testimonio, acompañando huelgas, resistencias obreras, mujeres calamareras, estudiantes, sindicatos, y rancherías. Fundador de la Radio Zapatista Sudcaliforniana y adherente a la Sexta Declaración.

Pero el vigía también se cansa. Pierde visión. El síndrome del centinela nubla la percepción. Por eso, hay que mirar no solo hacia fuera, sino también hacia dentro. Entender cómo nos afecta el cansancio, la rabia la desesperanza, el miedo y el desaliento. Y desde ahí, cultivar otra mirada: una que no solo denuncie la hidra, sino que investigue su genealogía.

Nombrar no basta. Hay que saber desde dónde se nombra. Por eso el EZLN no solo alerta: propone un método. Sembrar pensamiento. Mirar desde abajo. Interrogar la raíz. Reconocer los indicios. Organizar la defensa.

Los de abajo, como los centinelas zapatistas, no solo miran: nombran, resisten, siembran.

Porque no basta con cortar una cabeza: hay que cambiar el suelo del que brotan.

Como en Terramar, hay que decir su nombre. Nombrarlo como es. Y luego, caminar hacia otro mundo, aunque parezca imposible. Como en los pueblos despiertos de la Tierra Media, de donde brotaron los magos que nombraban a Saurón como lo que es, el gran maestro de las mentiras.

Porque la tormenta se acerca. Pero también se acercan quienes, bajo el ojo de la tormenta, no sueltan la semillas. Y bajo ella, siembran otra posibilidad.