Iván Gutiérrez

Lugar, La Camorra. Canción: la que siguió de Black Magic Woman. Al frente de la música Nativo está piloteando el viaje. Don Gallo llegó por la izquierda y la música hizo el resto. Hay rastas a la derecha, cervezas en las mesas, algo de tabaco en el aire mezclado con los humos del cannabis, ah y también una ecualización impresionante de reverb y delay que te lleva por esas vibras de trip-hop con reggae, me llama la atención de toda la magia que se le puede sacar a una pedalera; en este caso el Wong se ha rifado en los últimos minutos poniéndole todo el Flow a Black Magic Woman, Breathe in the Air y Time versión Dub Side of the Moon, y en el repertorio pude ver que eran como unas 20 rolas, así que el viaje está pa’largo.

Antes tocó Elejam, y la verdad lo hicieron estupendo, el ambiente se puso chingón desde que empezaron a tirar las primeras rolitas. En cierto momento apareció la Timna Transente y se aventó unas buenas rimas anunciando que “va a empezar”.

Me acerco al compa vocalista de Elejam y le pregunto cuánto tiempo tocaron. Me responde que “para mí el tiempo no importa hermano, el tiempo cuando tocamos se diluye, no importa, no importa nada, solo que estamos juntos, porque somos una familia, una familia que se junta para ir a surfear y tocar juntos y pasarla chido”.  

De vuelta con los compas de Nativo uno de los músicos menciona que “que esta rola va para todos los políticos y funcionarnos de mierda, que siempre vienen a robar, y para la policía que siempre nos quiere amedrentar”.

Entre disparo y disparo de la cámara me pongo a reflexionar como La Camorra se ha convertido en ese espacio contracultural que la ciudad necesitaba desde hace tiempo. No deja de ser interesante cómo las diferentes variantes musicales confluyen por aquí: un fin de semana toca un evento de metal y al siguiente un Drag Attack, los domingos llega el jazz y luego al otro finde hay música acústica-bohemia, y en noches como ésta el reggae se hace presente y luego en otro sábado el Post-Punk será el que manda.

Este abanico sonoro ha permitido que todo tipo de bandas y proyectos musicales estén circulando por Ensenada. Bandas de Mexicali, Tijuana, Rosarito y hasta San Diego y demás lugares, que nunca se hubieran parado por este puerto por falta de espacios (que todavía sigue quedando un gran nicho que cubrir), ahora tienen en La Camorra un pequeño espacio donde compartir sus creaciones. Y bueno, recordemos que la música sólo es parte del espíritu de cada subcultura; en este caso, prenderse y fluir con las ondas sonoras es parte del ritual. Hay quienes se van más lejos y recurren a psicotrópicos un tanto más… lisérgicos, pero bueno, en estos ambientes uno siempre debe aprender a medir su locura, cada cuerpo y mente es diferente. 

Reviso el celular y descubro que el plan que tenía a continuación se acaba de cancelar, pero justo tengo un mezcal de Mil Diablos en la barra para acompañarme en la incertidumbre inmediata. Los Nativo cantan sobre el derecho que tenemos a fumar en la calle sin molestar a nadie y sin tener que terminar en el bote. “Bueno, pero es que también hay raza que se le bota wey, la mota no la puede consumir cualquiera”, dice el desconocido uno. “Pues sí wey pero la mala vibra ya la trae ese wey, no la mota”, le responde el desconocido dos.  

Rondando por las mesas con cámara en mano me encuentro a Daniel, un compa músico que tengo tiempo sin ver pero que es virtuosísimo. Me empieza a platicar sobre algunas maquetas que ha estado grabando desde el Garage Band en su celular. Hablamos tendido acerca de cómo la tecnología ha hecho de la producción musical algo bastante accesible para toda la raza. Terminamos tomando unas cervezas en el estacionamiento y escuchando algo de lo que ha estado produciendo, y me quedo sorprendido por la calidad que se puede alcanzar desde un micrófono de iPhone.

De vuelta en La Camorra pienso en cómo este espacio también se ha convertido en punto de encuentro para los músicos de la ciudad. Recuerdo momentos en los que he platicado con amigos acerca de las escenas en Tijuana o Mexicali, sobre los orígenes de tal o cual banda independiente, sobre las raíces del Post-Punk, sobre los inicios de un compa que ahora es un productor increíble de música electrónica. Y quizás no lo notemos tan de inmediato, pero para el crecimiento de toda “escena musical” es fundamental este tipo de diálogos, esos espacios donde podamos vomitar música, beber música, atascarnos de música.

 “Esto se llama Pase lo que pase”, dice Wong por el micrófono y empieza otro viaje psicodélico de ese reggae lento y tripeante con una voz llena de un eco proveniente del fondo de tu conciencia. Me río al encontrarme a una amiga que resulta ser una desconocida, pero en sí es la versión pacheca de mi amiga, es decir, la desconocida está idéntica a cierta amiga (que no veo desde la universidad), pero lleva unos ojos rojos tremendos y la sonrisa buena vibra que todos necesitamos encontrarnos de vez en cuando. Nota que la miro como confundido y en estado cannábico y me sonríe, le sonrío de vuelta y pienso que el mundo está lleno de clones en sus versiones pachecas. Por las bocinas escucho “Oye cómo Va”, y pues nada, sí va.