Nysaí Moreno

Olas artificiales, impactos reales

En la costa virgen de Cabo del Este, donde las montañas de la Sierra de la Laguna se funden con las aguas del Golfo de California, se comienza a trazar una amenaza disfrazada de modernidad: Damiana, un megaproyecto turístico que presume de albergar la primera “surf pool” de gran escala en la región. A pocos kilómetros  del hotel VidaSoul, en Punta Perfecta, ya se abren caminos y se levantan cercas. La promesa: una alberca de surf de 16 acres con una máquina generadora de olas, acompañada de un club de playa exclusivo. La realidad: una nueva embestida contra uno de los ecosistemas más frágiles del noroeste mexicano.

La surf pool —bajo el modelo “Unit Surf Pool”, un concepto altamente promovido por “Wave Pool Magazine”— generará olas de hasta 16 metros de ancho en un cuerpo de agua salada. Pero no se trata solo del área ocupada por la alberca: debemos sumar los metros necesarios para la infraestructura complementaria, el club privado, el paisajismo y la delimitación del terreno. El proyecto abarca 16 acres, y cada acre equivale a aproximadamente 4,047 metros cuadrados, lo que da un total de 64,752 metros cuadrados. Para dimensionarlo: eso equivale a más de 9 canchas de fútbol soccer profesional, considerando que una cancha mide entre 6,800 y 7,140 m² según la FIFA.

Una intervención de esa escala, en una costa semivirgen y ecológicamente vulnerable, no puede entenderse como “amenidad”, sino como lo que es: una transformación territorial con efectos irreversibles. De entrada, plantea serias preguntas en una zona caracterizada por su escasez hídrica y su riqueza natural. Aunque se pretenda utilizar agua de mar, es altamente probable que se empleen químicos para el mantenimiento de la piscina, lo que podría generar contaminación y afectar los ecosistemas circundantes.

Además, la ubicación del proyecto Damiana es alarmante: el Parque Marino Nacional Cabo Pulmo, hogar de uno de los arrecifes de coral más antiguos y mejor conservados del hemisferio norte, y unico por ser un complejo de arrecifes de coral se encuentra a tan solo 27 km. La dispersión de contaminantes no es una hipótesis lejana. Las corrientes litorales, marejadas, surgencias, resacas, deriva litoral y la conectividad hidrodinámica entre ambas zonas transportarían químicos y sedimentos que afectarían la salud del ecosistema coralino.

Hasta ahora, no ha habido una consulta pública sobre este proyecto, como exige la Ley General del Equilibrio Ecológico, y se está promoviendo desde el 2022. El hecho de que ya se estén realizando obras preliminares sin información abierta y transparente es en sí mismo una violación al principio de participación ciudadana en asuntos ambientales.

El costo y flujos económicos millonarios de las albercas de surf

El acceso a estas instalaciones suele estar restringido por su elevado costo. Por ejemplo, en las olas de Abu Dhabi, una sesión grupal de 12 olas puede costar alrededor de 150 euros por persona por una hora, mientras que sesiónes privadas pueden alcanzar hasta 3,500 euros por hora y media para seis surfistas. En el Surf Ranch de Kelly Slater, la experiencia puede costar hasta 10,000 dólares por una hora de olas perfectas, según la información en la red. Con esto tenemos que surfear una ola artificial cuesta desde 150 euros hasta 10,000 dólares por sesión, dependiendo del lugar y del concepto en los discursos del concepto de “Surf Pool”.

Es decir, son discursos aspiracionales promovidos por influencers de surf -muchos de ellos competidores élite conocidos como “los mejores rippers” del mundo- que celebran este modelo de desarrollo como el futuro del surf. Estas narrativas ignoran completamente las consecuencias ecológicas, económicas y culturales de tales intervenciones, y funcionan como herramientas de extractivismo simbólico: convierten el surf en una marca global al servicio del turismo de la élite, desconectada de las realidades territoriales y de las comunidades locales. Si solo se limitaran a realizar dichos proyectos en países con economías fuertes y sistemas ambientales sólidos, sería otra historia. Pero la realidad es otra.

Estos precios reflejan un modelo elitista que excluye a la población local y reproduce una economía cerrada y dependiente del capital extranjero. Las ganancias rara vez circulan en la comunidad: se concentran en corporaciones o fideicomisos foráneos, alimentando un sistema económico que refuerza la desigualdad y el despojo.

En un país como México, donde el salario mínimo ronda los 8,000 pesos mensuales y más del 40% de la población vive en condiciones de pobreza, hablar de sesiónes de surf de cientos o miles de dólares la hora, no es solamente absurdo: es profundamente ofensivo. Son catedrales del privilegio disfrazadas de progreso.

‘Cabo del Este, camino a Cabo Pulmo’.

Cabo del Este: frontera viva y vulnerable

Cabo del Este no es un simple punto en el mapa. Es el umbral biocultural entre el desierto y el mar, donde conviven la cultura ranchera y la sabiduría indígena que aún perdura en los modos de habitar el territorio: el cuidado del agua, la relación con la tierra, los saberes sobre las plantas, el mar y las estaciones.

Es el corredor natural que conecta la Reserva de la Biosfera Sierra de La Laguna con el Parque Marino Nacional Cabo Pulmo, una joya de conservación marina donde aún se pueden ver tiburones, tortugas, bancos de pargo en libertad, moluscos cefalópodos (como pulpos), y una asombrosa variedad de peces coloridos que habitan el complejo arrecifal: peces mariposa, cirujanos, damiselas, gobios y peces loros.

Cabo del Este es una zona de alta conectividad biológica y oceanográfica. Es un punto de encuentro entre dos masas de agua: el Pacifico Oriental Tropical y el Golfo de California, lo cual lo vuelve una región de transición ecológica única. Es la parte de la ruta migratoria de cetáceos y otras especies pelágicas. Su morfología costera, con cabos y bahías, genera dinámicas costeras sensibles al cambio ambiental.

Intervenir este territorio con maquinaria pesada, urbanización costera y proyectos turísticos de alto impacto equivale a una amputación ecológica. La alteración de los suelos y el fondo marino, la deforestación, la construcción de infraestructura hídrica y el cambio en el uso del suelo podrían tener consecuencias irreversibles. Además de ser una zona de huracanes debido a su ubicación donde convergen el Pacífico Oriental Tropical y el Golfo de California, lo que aumenta la vulnerabilidad de cualquier infraestructura construida en la zona.

Megaproyectos que se repiten: observación de patrones repetitivos

Pero Damiana no es el único. Hay otro desarrollo de la misma índole: el Cabo Real Surf Club, una “nueva comunidad con surf pool incluida”, ubicada en la zona turística entre San Lucas y San José, a la altura de Hilton Los Cabos. Ya aparece en Google Maps con fotografías y videos de marketing, pero aún no se sabe nada, no hay información accesible de este proyecto. Lo único que puede saberse es que es otro ecocidio, otra comunidad cerrada, donde la ola también se convierte en una mercancía que solo algunos podrán pagar. El modelo se repite.

Se trata de ciclos repetitivos que siguen patrones estructurales similares, de forma análoga a los  sistemas dinámicos no lineales en el lenguaje matemático. Son procesos complejos que, al no ser intervenidos ciclicamente, tienden a retroalimentar los mismos errores estructurales. En este caso, los modelos de desarrollo turístico operan como circuitos cerrados de retroalimentación: se reproducen, se ajustan a nuevas narrativas -como en surf, el yoga, la sustentabilidad, lo holístico, la espiritualidad- pero conservan intacta su lógica extractiva, depredadora y excluyente, vigente desde hace décadas.

Ahondar en el análisis de los gobiernos anteriores es fundamental, pues estos modelos no emergen de la nada. Son consecuencia directa de políticas de desarrollo que priorizan la inversión extranjera por encima de la protección ambiental y el bienestar local. Este camino, lejos de representar progreso, nos ha llevado a una triple crisis: ecológica, económica y social.

Extractivismo del surf: cuando el mar se convierte en marca

Este nuevo modelo de desarrollo turístico basado en el surf no es inocente. Forma parte de un fenómeno global: el extractivismo del surf. Como ocurrió antes con el yoga, el ecoturismo o la vida “desconectada”, el surf se ha convertido en una marca, una promesa de autenticidad que, paradójicamente, destruye lo que vende.

Lo vemos en Cabo del Este, pero también en el corredor entre San José y San Lucas, donde toda la costa está siendo privatizada, loteada y vendida al mejor postor. El litoral entero está en disputa. Y detrás de cada surf pool, y cada hotel de surf, y cada privada o modelos de vivienda exclusivos, hay despojos territoriales, comunidades cerradas, playas cercadas, y una cultura desplazada.

Como señala una surfista y fotógrafa local al leer la promoción de la alberca de surf de Cabo Real Surf Club: “Una nueva comunidad de surf pool” -dice leyendo la propaganda-, después exclama: “…con otra surf pool pegada a ella.. como si los desarrolladores de surf compitieran entre sí… como me gustaría ver que compitieran entre sí para hacer mejor este mundo”. Ese es un punto relevante: no compiten por preservar lo prístino, sino por ver quién lo empaqueta mejor. Este es un buen punto a analizar. La misma gente que dice “amar la naturaleza” y presume en sus redes sociales fotografías de paisajes paradisíacos por el mundo, su pobre o nula apreciación real por la naturaleza y las dinámicas naturales que la hacen posible, no son comprendidas por su sistema cerebral realmente, no porque no esté funcionando bien las redes sinápticas que no les permitan razonar, sino porque esta vision extractivista viene de su propia cultura colonizadora; una mirada que no busca apreciar la naturaleza en su aventura de expedición en sus perfiles de “viajeros y vida maravillosa”, sino apropiásela por cualquier modo posible, por lo legal o por lo ilegal. Con dinero o con violencia.

Antes el discurso era “por derecho divino…” ahora el discurso es “por derecho del capital…”- Una justificación moderna para la misma lógica de despojo, disfrazada de estilo de vida, de bienestar personal o de progreso.

¿Qué surf queremos?

El surf, en su origen, no era una industria, sino un ritual. Una forma de relación íntima con el océano. Pero el crecimiento exponencial de escuelas de surf y la apropiación de playas por proyectos privados están transformando esta práctica en un negocio que amenaza los ecosistemas naturales. Esto está sucediendo no solo en México, sino en todas las regiónes de surf del mundo.

Sí, las piscinas de olas pueden ser útiles como entrenamiento y alternativa ante la saturación de playas, es el discurso que están manejando, pero, además de ser debatible ese discurso por su carácter elitista, no deben instalarse en zonas frágiles como Cabo del Este. Desde el punto de vista oceanológico, Cabo del Este es una región de transición donde confluyen dos sistemas marinos de gran importancia: el Pacífico Oriental Tropical y el Golfo de California. Esta condición lo convierte en una zona biológicamente activa y ecológicamente irremplazable, en la que pequeñas alteraciones pueden tener impactos a gran escala. Su carácter casi insular amplifica la vulnerabilidad ante huracanes, marejadas y presión antrópica.

Este es nuestro territorio. No de los inversiónistas. No de los extranjeros. No de las élites. No del concreto. El surf que queremos es con nuestras playas libres de cercos, de construcciones, de megadesarrollos, sin un modelo depredador. Este es un territorio vivo, que se defiende con la memoria, con las playas libres, y con la voz colectiva.

Nuestras playas serán libres

El megaproyecto Damiana no es inevitable. Cabo Real tampoco lo es. Todavía hay tiempo para alzar la voz, para exigir estudios de impacto ambiental rigurosos, para frenar la devastación antes de que sea una cicatriz más en la geografía sudcaliforniana.

Porque no hay ola artificial que valga más que una playa libre.

Porque el futuro se surfea en comunidad, no en concreto.

Y porque no hay “progreso” que nos quieran vender —envuelto en discursos verdes o paquetes de inversión— que pueda justificarse si no considera la realidad profunda de este territorio.

Y mientras no haya análisis crítico ni escucha verdadera, el resultado seguirá siendo la continuación de ecocidios.